TESTIMONIO QUE DIOS NO ABANDONA A SU PUEBLO
la iglesia guarda estrecha relación con la Escritura, ya que en ella encuentra su alimento y su fuerza (DV 24); la Escritura fundamenta la razón de ser de la Iglesia y la Iglesia es la responsable de la sana interpretación de la Escritura. Por eso es conveniente acercarnos a la Palabra de Dios con el ánimo de encontrar en Ella los indicios que nos hablan de la Voluntad Divina de congregar a los creyentes en un solo cuerpo, en un solo pueblo.
Los testimonios sobre la Iglesia en la Escritura los hallamos presentes básicamente en el Nuevo Testamento; sin embargo, podemos descubrir anticipos en el Antiguo Testamento. Por ejemplo en la noción de ''pueblo'', ya que Israel se comprende a sí como una nación escogida, una familia elegida por Dios, descendiente de un padre común llamado Abraham y destinada a la salvación. La Iglesia toma conciencia de ser ese pueblo beneficiario de la promesa de salvación cumplida en Jesucristo. Otra idea es la noción de ''Alianza'': Israel tiene un pacto con Dios, que se quebrantó por el pecado del pueblo. A pesar de ello, Dios sigue fiel a su promesa hasta el punto de suscitar una nueva Alianza, sellada por la sangre de Cristo y a la que están llamados todos los hombres y mujeres a partir del sacramento del bautismo. Otra imagen importante es la de '' resto de los elegidos'', que indica que a la llegada del día del juicio, los que se mantengan fieles al Señor entrarán a su Reino; los primeros cristianos también se consideraban ''el resto'' del que hablaban los profetas. Incluso los evangelistas indicaban que son muchos los llamados pero pocos los escogidos.
Un ultimo concepto por considerar es el de '' asamblea'' derivado de la palabra hebrea ''qahal'', que hace referencia a la unidad y pertenencia de un pueblo a Dios, un término que posteriormente se traducirá al griego como''ekklesia'', expresión que refiere a una congregación o convocatoria, es decir, al pueblo llamado a reunirse en torno a su Señor.
En el plano de la fe se puede explicar
de la siguiente manera la relación en que la Iglesia está con respecto a la
Escritura, y ésta con respecto a la Iglesia mediante las líneas siguientes: en
la Iglesia, de la que dan testimonio tanto la Escritura como su propia
existencia en la Historia, vive la palabra de Dios. En las enseñanzas
eclesiásticas constituidas por el Magisterio vivo y por el tesoro doctrinal
objetivo, actúa el Espíritu Santo. El es también el autor principal de la
Sagrada Escritura. Iglesia, pues, y Escritura son obra del Espíritu Santo;
ambas tienen como fundamento su actividad, ambas se fundamentan y apoyan
mutuamente, en tanto que ambas poseen la palabra de Dios. La Sagrada Escritura
es el testimonio de lo Apóstoles operado por el Espíritu Santo; en la lglesia
se da el testimonio de Cristo operado por medio de los Apóstoles (lo. 15, 26 y
sigs.). La Iglesia, cuyo principio de vida es el Espíritu Santo, reconoce que
la Escritura confiada a su vigilante custodia es el testimonio por medio del cual
el Espíritu Santo da fe de la Palabra que Dios habla al hombre; es decir, da fe
de Cristo Señor nuestro. La Iglesia escuchando la Palabra de Dios, cumple su
misión, lo mismo que cuando obedece a sus mandatos y los anuncia a los hombres.
La Sagrada Escritura, a su vez, testifica que la Iglesia es el cuerpo de Cristo.
La Iglesia no se declara ama y señora absoluta de la Escritura al
exigir para sí el derecho a interpretarla. No pretende ejercer dominio alguno
sobre la palabra de Dios consignada en la Escritura, ni pretende ser ella la
que comunica a esa palabra su autoridad, que ya la tiene por proceder de la
fuente de que procede.
Tiene la Escritura una independencia y autonomía que la Iglesia ha
de respetar. "En efecto, la Sagrada Escritura en lo tocante a su origen,
esencia y destino, es un bien que pertenece a Dios, es una posesión divina, y
sigue, al ser entregada a la Iglesia, perteneciendo a Dios; es voluntad del
Señor el que por medio de la Iglesia llegue a ser reconocida en el mundo la
validez de su verdad, su ley de fe y vida". (J. M. Scheeben, Handbuch der
Dogmtik, I, 129).
La Iglesia administra la Sagrada Escritura, tesoro divino confiado
a su guarda, con la asistencia del Espíritu Santo. El protestantismo afirma que
todos los creyentes disponen de iluminación interna y de asistencia directa del
Espíritu Santo al interpretar las Escrituras; el católico atribuye tales dones
solamente a la Iglesia. Sometiéndose al Magisterio de la Iglesia, el individuo
particular adquiere certidumbre inmutable en cuanto se refiere a la
interpretación de la Escritura. Para la audición adecuada de la palabra de Dios
le capacita el Espíritu Santo, que actúa también en él y lucha contra la
inclinación de todo hombre a interpretar autoritativamente y con absoluta
arbitrariedad la Sagrada Escritura.