(OBISPO DIÓCESIS DE SANTA MARTA)
Excelentísimos señores obispos
Reverendo Padre Mario Àlvarez, Director Nacional de Obras Misionales Pontificias.
Directores diocesanos de las Obras Misionales Pontificias, Sacerdotes, religiosas, asesores, seminaristas, autoridades civiles y militares, fieles laicos, Muy queridos niños, niñas y adolescentes que participan del congreso.
Sean todos bienvenidos al sèptimo Congreso Nacional de Infancia y Adolescencia Misionera que esta querida ciudad de Santa Marta, puerta de entrada de la Evangelizaciòn a nuestras tierras del continente americano y madre de las jurisdicciones eclesiásticas de Colombia, se precia recibir.
Para nuestra Iglesia Diocesana es causa de gozo y entusiasmo fraterno poder acogerles y servirles, esforzàndonos por ser fieles al espíritu hospitalario de Marta de Betania, patrona de la Ciudad y de la diòcesis.
Nos convoca en estos dìas '' la dulce y confortadora alegría de evangelizar'' (EG. 10), como nos lo ha recordado el Papa Francisco refiriéndose el anuncio del Evangelio que, por mandato del Señor, la Iglesia tiene la obligación de cumplir de manera primordial y apremiante: ¡Ay de mì si no anunciara el Evangelio!, exclama el apòstol San Pablo.
Se trata de la alegría del Evangelio que llena el corazòn y la vida entera de los que se encuentran con Jesùs, y que por lo mismo se convierte en alegría misionera, en deseo fervoroso y ardiente de compartir con los demàs el gran tesoro que se ha encontrado.
La dulce y confortadora alegrìa que toca particularmente el corazòn de los niños, personas privilegiadas del amor de Jesùs, de quienes èl dijo, colocàndolos como ejemplo para sus discípulos: ''Dejad que los niños vengan a mì; no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos'' (Lucas 10,14).
Ellos son quienes mejor nos pueden enseñar a los adultos el rostro, a la vez paternal y maternal de Dios, que fue el punto de partida del camino espiritual lleno de fervor misionero de Santa Teresita del Niño Jesùs, patrona universal de las misiones, Jesùs le mostrò, como ella dice, que el camino es el abandono y la confianza de un niño, que se duerme en los brazos de su temor: '' El que sea pequeñito, que venga a mì... Jesùs no pide grandes hazañas, sino ùnicamente abandono y gratitud''.
Nos convoca en estos dìas '' la dulce y confortadora alegría de evangelizar'' (EG. 10), como nos lo ha recordado el Papa Francisco refiriéndose el anuncio del Evangelio que, por mandato del Señor, la Iglesia tiene la obligación de cumplir de manera primordial y apremiante: ¡Ay de mì si no anunciara el Evangelio!, exclama el apòstol San Pablo.
Se trata de la alegría del Evangelio que llena el corazòn y la vida entera de los que se encuentran con Jesùs, y que por lo mismo se convierte en alegría misionera, en deseo fervoroso y ardiente de compartir con los demàs el gran tesoro que se ha encontrado.
La dulce y confortadora alegrìa que toca particularmente el corazòn de los niños, personas privilegiadas del amor de Jesùs, de quienes èl dijo, colocàndolos como ejemplo para sus discípulos: ''Dejad que los niños vengan a mì; no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos'' (Lucas 10,14).
Ellos son quienes mejor nos pueden enseñar a los adultos el rostro, a la vez paternal y maternal de Dios, que fue el punto de partida del camino espiritual lleno de fervor misionero de Santa Teresita del Niño Jesùs, patrona universal de las misiones, Jesùs le mostrò, como ella dice, que el camino es el abandono y la confianza de un niño, que se duerme en los brazos de su temor: '' El que sea pequeñito, que venga a mì... Jesùs no pide grandes hazañas, sino ùnicamente abandono y gratitud''.
En el marco del Año Santo de la Misericordia, los niños y adolescentes misioneros de Colombia se congregan para crecer como '' misioneros apasionados, testigos de la ternura de Dios y anunciadores de su amor'', propòsito inspirado en el mensaje del Papa emèrito Benedicto XVI a los niños de la Infancia Misionera de Italia en la fiesta de la Epifanía del 2007.
Coincide este llamado con el espìritu que nos anima en nuestra vida de Iglesia en el presente año, el de esforzarnos por ser imitadores del amor misericordioso de Dios, imitadores de Dios que nos ama con entrañas de misericordia, con ternura, como el amor de una madre: '' Sed misericordiosos como es misericordioso vuestro padre celestial''.
A Dios misericordioso, solo nos acercarnos a travès de Jesùs, que dijo: '' Yo soy el camino; quien me ve a mí ve al Padre''. Cristo, nos recordò el Papa Francisco, es '' el rostro de la misericordia del Padre. en Èl la misericordia de Dios se ha vuelto viva, visible, ha alcanzado su culmen, se ha puesto a nuestro alcance'' (cfr. M.V. 1).
Al contagiarnos aquí del compromiso de ser misericordiosos como Jesùs, hemos de sentirnos llamados a conocer. amar, imitar y comprometernos con Èl, que amò misericordiosamente a los enfermos, a los pecadores, a los pobres, a los niños, que sintiò compasiòn y se solidarzò con los que sufrìan y pasaban alguna necesidad.
Asì seremos misioneros de la misericordia. Todos nos convertimos en misioneros por el bautismo. Y al convertimos en misioneros de la misericordia, porque anunciar a Jesùs, ser sus testigos, portadores de su mensaje, nos conduce a anunciar lo que Èl anunciò: Que Dios Padre nos ama con un amor misericordiosos.
Una experiencia que solo la podemos vivir en el seno de la Iglesia. Teniendo ante sus ojos de creyente la imagen ejemplar de la Virgen Marìa, madre de misericordia y misionera por excelencia, la Iglesia, segùn palabras del Santo Padre, se esfuerza por convertir su intimidad con Jesùs en una intimidad itinerante, es decir, en salida hacia las periferias que necesitan la luz del Evangelio, y en proyectar su comuniòn en una comuniòn misionera, hacièndose una Iglesia de puertas abiertas, '' la casa abierta del Padre''.
Nos encomendamos a dos grandes testimonios misioneros, cuyas reliquias nos acompañarán en el transcurso de estos días: Santa Laura Montoya Upegui y San Luis Beltrán, quienes, animados por el amor misericordioso de Dios que se acerca compasivo a la necesidad humana, sirvieron a la causa del Evangelio en la persona de los màs indigentes y pequeños de todos, los pueblos indìgenas.
Asì, acogiendo con provecho este encuentro, hemos de salir a invitar a todos, por todas partes, con las palabras, con los sentimientos, con las actitudes, con el buen obrar, con la vida toda: ¡Hey tu! Se misericordioso como Jesùs.
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