CONOSCAMOS LA ESCUELA FRANCESA
1.
La expresión e. f. parece que fue introducida en el ámbito de la
espiritualidad hacia 1913 por el sulpiciano G. Létorneau. Y quedó
definitivamente acreditada por obra de H. Bremond, que la usó como título del
tomo iii de su Histoire littéraire du sentiment religieux (P 1921). Bajo
la pluma del eminente historiador, estas palabras reciben acepciones variadas. A
veces toman un sentido muy preciso y se aplican solamente al grupo beruliano.
Otras veces se aplican a movimientos espirituales de tendencias análogas, como
los jesuitas discípulos del padre Lallemant. Y en otras ocasiones, finalmente,
parecen designar a todos los autores importantes del siglo xvii francés. Estas
vacilaciones muestran cuál es el mayor inconveniente del empleo de tal expresión:
parece atribuir a los autores espirituales del clasicismo francés una unidad
artificial que no existe en la realidad. Es, pues, indispensable precisar las
posiciones de los diversos grupos, que han sido reducidos arbitrariamente a una
unidad.
2.
Durante todo el siglo xvi, por lo que se refiere a la literatura sobre devoción,
Francia vivió de traducciones y préstamos. Se leyeron sobre todo Louis de
Blois y los autores renano-flamencos (-> mística flamenca). Su influjo
provocó la aparición de un grupo, marcado especialmente por la «mística de
la esencia», al que se ha dado recientemente el nombre de «escuela abstracta».
El principal representante es el capuchino Benoit de Canfield (1562-1610), con
su difundida Regla de perfección (1609). Paralelamente a esta tendencia
mística, las tesis optimistas de la espiritualidad humanista siguieron
influyendo en muchos espíritus. Una primera tentativa de síntesis espiritual,
que se caracteriza tanto por su humanismo como por su religiosidad, apareció
con la obra de Francisco de Sales (1567-1622), cuya influencia fue considerable,
aunque sin llegar propiamente a formar escuela. Casi al mismo tiempo aparecía
el futuro cardenal Pierre de Bérulle (15751629), que con sus obras puso un
sello sumamente personal en el siglo xvii francés. Venido de la escuela
abstracta y formado en parte por sus contactos con el Carmelo, el futuro
fundador del Oratorio descubrió, entre 1605 y 1608, los elementos centrales de
su espiritualidad personal, y devolvió al misterio de la encarnación y a Jesús,
Dios-hombre, el puesto e importancia primordiales que la escuela abstracta había
dejado en segundo plano. En los años siguientes, sus ideas evolucionaron y se
enriquecieron, pero siempre en la misma dirección. Su fidelidad a ciertos temas
de la escuela abstracta y del Pseudo-Dionisio muestra ciertamente que él jamás
renegó de su punto de partida. Sin embargo, en el apogeo de su producción,
dedicó su obra principal Discours de l'état et des grandeurs de Jésus (1623)
a la glorificación del Verbo encarnado. De ahí parte el influjo de Bérulle en
la temática y terminología de la espiritualidad francesa.
Como
es natural, la corriente beruliana se continuó primeramente en el Oratorio. Bérulle
tuvo allí fieles discípulos y defensores. Uno de los más notables fue
Guillaume Gibieuf (1591-1650), que en su obra Les Grandeurs de Marie (1637)
aplicó a la Virgen los grandes temas de la teología de Bérulle. Sin embargo,
su obra no alcanzó el éxito permanente de Francois Bourgoing (15851662), cuyas
Vérités et excellence de JésusChrist tuvieron numerosas ediciones.
Otros oratorianos, aun permaneciendo discípulos fieles de Bérulle,
desarrollaron un pensamiento autónomo. Así, Charles de Condren (1588-1641). El
no publicó nada en vida, pero su pesimismo y su valoración positiva de la
humildad y del sacrificio hicieron escuela.
La publicación póstuma de sus Lettres et Discours (1642) tuvo
resonancia considerable. En la misma línea se halla Claude Séguenot (1596-1676),
con su Conduite d'oraison (1634). Otros muchos oratorianos
merecerían ser citados. Y sobre todo no podemos olvidar la fuerte influencia de
Bérulle sobre el gran filósofo Nicolás de Malebranche (1638-1715).
3.
Fuera del Oratorio, la espiritualidad
de Bérulle halló un defensor y propagador ardiente en la persona de Jean
Duvergier de Hauranne. Al Abbé de Saint-Cyran (15811643) se debe que la
piedad de Port-Royal se acerque mucho más al pensamiento de Bérulle que al de
Jansenio. En cambio, JeanJacques Olier (1608-1657) se aproxima más a
Condren. M. Olier influyó fuertemente en la formación del clero francés. La
obra principal de este escritor genial y profundo místico es su tantas veces
admirado Journée chrétienne (1655). A nivel más modesto, los temas
berulianos prosiguieron y se hicieron fértiles en la obra Royaume de Jésus
(1637), escrita por Juan Eudes (1601-1680).
Es
tarea difícil precisar el influjo de Bérulle fuera de los autores que dependen
directamente de él. El problema reviste especial interés con relación a aquel
grupo de jesuitas místicos en que Bremond quería ver discípulos de Bérulle
(pero esta posición no parece aceptable actualmente). El que va a la cabeza,
Louis Lallemant (1587-1635), ignaciano fiel, depende además de Harphius,
Baltasar Alvarez y Teresa de Ávila. Pero en discípulos más tardíos de
Lallemant, como Jean-Joseph Surin o Francois Guilloré, es probable cierta
influencia del vocabulario beruliano. Y no hay duda de que, a través de Condren,
los temas berulianos influyeron sobre él grupo místico de los eremitas de
Caen, dominado por la interesante personalidad de Jean de Berniéres, del que
dependen en cierto modo la venerable María de la Encarnación y madame Guyon.
Sería igualmente fácil hallar la prolongación de algunas ideas de Bérulle en
autores más tardíos, como el oratoriano jansenista Quesnel o Juan Bautista de
la Salle. En cambio ha de considerarse como una arbitrariedad el intento de
descubrir una relación entre Bérulle y autores que siguen un camino
independiente, como Vicente de Paúl o Bossuet.
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